“Lo que si les ordené fue que me obedecieran; pues así yo sería su
Dios y ellos serían mi pueblo. Y les dije que se portaran como yo les había
ordenado, para que les fuera bien. Pero no me obedecieron ni me hicieron caso,
sino que tercamente se dejaron llevar por las malas inclinaciones de su
corazón. En vez de volverse a mí, me dieron la espalda” (Jeremías 7:23.24).
Confrontar
es poner a dos personas frente a frente para discutir sobre una situación. Es
muy fácil enfrentar y discutir con otra persona, pues muchas veces nos hacemos
jueces de otros sin haber profundizado en nuestro interior.
En
la vida del cristiano debe haber una constante confrontación consigo mismo,
para saber si se está en la dirección correcta y sobre todo si estamos agradando
y obedeciendo a Dios. El Señor, a través
de Jeremías, le habla a Israel, un pueblo rebelde y desobediente que por
terquedad le dio la espalda a Dios y se fueron tras dioses falsos. Dios es amor
y misericordia, pero también es rectitud y justicia, y como sabemos toda
desobediencia tiene sus consecuencias, la presencia de Dios se apartó de Israel
por causa de la rebeldía.
Lo
mismo pasa con nosotros, El Señor nos dio el libre albedrío para decidir en
obedecerle o desobedecerle. Pero desde el principio fue muy claro en mostrarnos
las consecuencias de la desobediencia. Y así como un padre terrenal desea lo
mejor para sus hijos, les inculca valores y corrige cuando desobedecen, igual
nuestro Padre, en su infinito amor, ÉL desea que cumplamos con lo que
estableció para que gocemos de una verdadera libertad. Pero, la realidad es que
actuamos como el pueblo rebelde de Israel, al ir tras nuestros propios deseos y
tras los engaños de este mundo.
La
pauta para confrontarnos a nosotros mismos, es el amor. El amor es el fruto más
hermoso que Dios le concedió al ser humano. Si estamos en el verdadero amor,
fácilmente nos daremos cuenta si estamos fallando o vamos hacia la dirección
contraria. Somos imperfectos, aunque Dios nos hizo perfectos, el pecado nos
imperfeccionó, pero Jesús vino a hacer la obra perfecta en nosotros, pues a través de su amor es que nosotros somos
capaces de amar. “Así hemos llegado a
saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en
Dios y Dios en él. De esta manera se hace realidad el amor en nosotros, para que el día del juicio tengamos confianza; porque
nosotros somos en este mundo tal como es Jesucristo” (1 Juan 4:16).
Cuando
logramos la confrontación en lo más profundo de nuestro corazón es cuando
realmente hay arrepentimiento sincero. El amor genuino a Dios, nos hace que
anhelemos agradarle, y aunque somos presa fácil del pecado y nos encontramos
batallando con nosotros mismos, obtenemos la victoria al rechazar aquello que
sabemos que nos aleja del Señor. El enemigo, que es Satanás, no descansa y en
las veinticuatro horas del día lanza dardos a nuestra mente para que no veamos
con claridad el verdadero propósito de Dios en nuestras vidas.
El
pecado puede estar a la vista, como puede estar oculto en las profundidades de
nuestra alma, donde es muy difícil detectarlo. Se disfraza de diferentes
formas, algunas de falsa humildad, cuando en realidad hay orgullo. De bondad al
hacer obras, pero sin amor, de
religiosidad, pero nuestro corazón está lejos de agradar a Dios, hipocresía revestida
de amabilidad, rencor que lleva a los bajos deseos y acciones, chismes y
calumnias que destruyen vidas, envidias que llevan hacer el mal, y otras tantas
cosas abominables a los ojos de Dios.
Pero
la gran noticia es que Dios no desprecia un corazón contrito y humillado, y
todos estamos llamados a humillarnos delante de la presencia de Dios y
arrepentirnos de nuestros pecados para tener una vida llena de paz y gozo, aun
en medio de las dificultades. El Rey David reconoció su pecado de adulterio y
asesinato, y su arrepentimiento fue realmente sincero, y por eso tocó el
corazón de Dios, quien en su gran ternura lo perdonó. “La ofrendas a Dios son un espíritu dolido; ¡Tu no desprecias, oh
Dios, un espíritu hecho pedazos! (Salmo
51:17).
“Al que disimula el pecado, no le irá bien; pero el que
lo confiesa y lo deja, será perdonado” (Proverbio 28:13).
Se puede pensar que muchos malos están bien, Pero es un aparente bienestar,
pues está basado en lo material de este mundo, pero sus almas están vacías y
llenas de maldad que impiden sentir el verdadero gozo que produce el amor que
viene de Dios.
“Todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa
de Dios, pero Dios en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la
liberación que realizó Cristo Jesús” (Romanos
3:23.24). Todos estábamos destituidos de la gloria de
Dios, pues en este mundo no ha habido nadie que se haya librado del pecado. Pero
Dios, en su amor, nos dio la gracia
gratuita a través de su hijo Jesucristo, quien pagó el precio con su sangre.
Por
lo tanto somos libres de toda condenación si hemos creído y aceptado el sacrificio de Jesús por nuestra
salvación. Tanto nos amó Dios que envió a su Hijo, para que todo el
crea en ÉL no se pierda, sino tenga vida eterna. Así que procuremos vivir en la
libertad que se nos dio y seamos honestos con nosotros mismos y no encubramos
el pecado, llamémosle por su nombre y deshagámonos de él
en el nombre de JESUS.
¡Bendiciones!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy"