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viernes, julio 21, 2017

Confrontándonos a nosotros mismos





“Lo que si les ordené  fue que me obedecieran; pues así yo sería su Dios y ellos serían mi pueblo. Y les dije que se portaran como yo les había ordenado, para que les fuera bien. Pero no me obedecieron ni me hicieron caso, sino que tercamente se dejaron llevar por las malas inclinaciones de su corazón. En vez de volverse a mí, me dieron la espalda” (Jeremías 7:23.24).

Confrontar es poner a dos personas frente a frente para discutir sobre una situación. Es muy fácil enfrentar y discutir con otra persona, pues muchas veces nos hacemos jueces de otros sin haber profundizado en nuestro interior.

En la vida del cristiano debe haber una constante confrontación consigo mismo, para saber si se está en la dirección correcta y sobre todo si estamos agradando y obedeciendo a Dios.  El Señor, a través de Jeremías, le habla a Israel, un pueblo rebelde y desobediente que por terquedad le dio la espalda a Dios y se fueron tras dioses falsos. Dios es amor y misericordia, pero también es rectitud y justicia, y como sabemos toda desobediencia tiene sus consecuencias, la presencia de Dios se apartó de Israel por causa de la rebeldía.

Lo mismo pasa con nosotros, El Señor nos dio el libre albedrío para decidir en obedecerle o desobedecerle. Pero desde el principio fue muy claro en mostrarnos las consecuencias de la desobediencia. Y así como un padre terrenal desea lo mejor para sus hijos, les inculca valores y corrige cuando desobedecen, igual nuestro Padre, en su infinito amor, ÉL desea que cumplamos con lo que estableció para que gocemos de una verdadera libertad. Pero, la realidad es que actuamos como el pueblo rebelde de Israel, al ir tras nuestros propios deseos y tras los engaños de este mundo.    

La pauta para confrontarnos a nosotros mismos, es el amor. El amor es el fruto más hermoso que Dios le concedió al ser humano. Si estamos en el verdadero amor, fácilmente nos daremos cuenta si estamos fallando o vamos hacia la dirección contraria. Somos imperfectos, aunque Dios nos hizo perfectos, el pecado nos imperfeccionó, pero Jesús vino a hacer la obra perfecta en nosotros, pues  a través de su amor es que nosotros somos capaces de amar. “Así hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él. De esta manera se hace realidad el amor en nosotros, para que el día del juicio tengamos confianza; porque nosotros somos en este mundo tal como es Jesucristo” (1 Juan 4:16).

Cuando logramos la confrontación en lo más profundo de nuestro corazón es cuando realmente hay arrepentimiento sincero. El amor genuino a Dios, nos hace que anhelemos agradarle, y aunque somos presa fácil del pecado y nos encontramos batallando con nosotros mismos, obtenemos la victoria al rechazar aquello que sabemos que nos aleja del Señor. El enemigo, que es Satanás, no descansa y en las veinticuatro horas del día lanza dardos a nuestra mente para que no veamos con claridad el verdadero propósito de Dios en nuestras vidas.  

El pecado puede estar a la vista, como puede estar oculto en las profundidades de nuestra alma, donde es muy difícil detectarlo. Se disfraza de diferentes formas, algunas de falsa humildad, cuando en realidad hay orgullo. De bondad al hacer obras, pero  sin amor, de religiosidad, pero nuestro corazón está lejos de agradar a Dios, hipocresía revestida de amabilidad, rencor que lleva a los bajos deseos y acciones, chismes y calumnias que destruyen vidas, envidias que llevan hacer el mal, y otras tantas cosas abominables a los ojos de Dios.

Pero la gran noticia es que Dios no desprecia un corazón contrito y humillado, y todos estamos llamados a humillarnos delante de la presencia de Dios y arrepentirnos de nuestros pecados para tener una vida llena de paz y gozo, aun en medio de las dificultades. El Rey David reconoció su pecado de adulterio y asesinato, y su arrepentimiento fue realmente sincero, y por eso tocó el corazón de Dios, quien en su gran ternura lo perdonó. “La ofrendas a Dios son un espíritu dolido; ¡Tu no desprecias, oh Dios, un espíritu hecho pedazos!  (Salmo 51:17)

“Al que disimula el pecado, no le irá bien; pero el que lo confiesa y lo deja, será perdonado” (Proverbio 28:13). Se puede pensar que muchos malos están bien, Pero es un aparente bienestar, pues está basado en lo material de este mundo, pero sus almas están vacías y llenas de maldad que impiden sentir el verdadero gozo que produce el amor que viene de Dios.

“Todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios, pero Dios en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús”  (Romanos 3:23.24). Todos estábamos destituidos de la gloria de Dios, pues en este mundo no ha habido nadie que se haya librado del pecado. Pero Dios, en su amor,  nos dio la gracia gratuita a través de su hijo Jesucristo, quien pagó el precio con su sangre. 

Por lo tanto somos libres de toda condenación si hemos creído y aceptado  el sacrificio de Jesús por nuestra salvación.  Tanto nos amó  Dios que envió a su Hijo, para que todo el crea en ÉL no se pierda, sino tenga vida eterna. Así que procuremos vivir en la libertad que se nos dio y seamos honestos con nosotros mismos y no encubramos el pecado, llamémosle por su nombre y deshagámonos  de él  en el nombre de JESUS.

¡Bendiciones!



Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy"