“Dios mostró su amor hacia nosotros al enviar a su Hijo
único al mundo para que tengamos vida por él. El amor consiste en esto: no en
que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros y envió a su
Hijo, para que ofreciéndose en
sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados” (1 Juan 4:9.10)
Dios
nos demostró su maravilloso amor cuando nos creó, nos pensó con ternura y cuidó
de cada detalle. Somos su obra perfecta.
Nos dio un lugar precioso para vivir, y lo acondicionó de tal manera que nos
deleitáramos con cada una de sus majestuosas
obras. Creó cada uno de los elementos que forman nuestro
cuerpo y la tierra, sino no pudiéramos existir físicamente. Nos dio variedad de
alimentos, y nos recreó con hermosos animales y paisajes. Nos dio un cerebro con
billones de neuronas que son como pequeñitas computadoras que controlan nuestro cuerpo, y es el receptor de nuestra
mente. En la mente es donde está el intelecto, nuestras emociones y nuestra
voluntad, y es donde se desarrolla el conocimiento, nuestra personalidad y la
toma de decisiones. Nos dio también un espíritu, que es el aliento de vida y es
el que se comunica con nuestro Padre. Pero lo grandioso es que el cuerpo, el
alma y el espíritu nos hacen una persona, y nos hace únicos y especiales.
Sabemos
cómo entró el pecado y quien lo introdujo. Dios hizo su creación pura y su
sueño era disfrutar de sus hijos y tener una íntima relación. Satanás fue un
ángel creado por Dios. Lo creó muy bello, era perfecto, le dio autoridad, y le dio a conocer los secretos de la
creación. Le dio categoría de virrey. Pero en él entró el orgullo y se rebeló contra Dios, quiso igualarse a su
creador y fue expulsado del cielo. Se llenó de mucho odio, llegando a odiar a Dios y a toda su creación.
“Tu conducta fue perfecta desde el día en
que fuiste creado hasta que apareció en ti la maldad. Con la abundancia de tu
comercio te llenaste de violencia y de pecado. Entonces te eché de mi
presencia; te expulsé del monte de Dios, y el ser alado que te protegía te sacó de entre las estrellas. Tu belleza te llenó de orgullo; tu esplendor echó a perder tu
sabiduría. Yo te arrojé al suelo, te expuse al ridículo en presencia de los
reyes” (Ezequiel 28:15.17)
Satanás
arremetió contra la humanidad. Quiso desquitarse de Dios y junto a otros ángeles caídos han atacado al ser humano
desde los tiempos de Adán y Eva. Indujo a la desobediencia a la primera pareja
puesta por Dios en la tierra para que gobernara y dominara todo cuanto había
creado, y de esa manera entró el pecado.
La desobediencia es un derecho legal que se le da a Satanás para que controle
nuestras vidas, y Adán y Eva le
concedieron ese derecho. Desde entonces la humanidad ha sido controlada por
fuerzas oscuras. Dios es Santo y justo,
estableció leyes en el cielo y en la tierra y nada impuro puede entrar ante su
presencia. Sus leyes no pueden ser quebrantadas, no existe ley sin castigo, y
el castigo es la muerte eterna, estar separados de ÉL y pasando la eternidad en
el infierno. Todos estábamos destinados al infierno, no hay un solo ser humano
que haya vivido en la tierra que no haya pecado, todos somos pecadores. Nadie
puede cumplir sus leyes porque la naturaleza pecaminosa que heredamos nos
impide hacer lo bueno y lo justo.
“Así
pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y trajo consigo
la muerte, y la muerte pasó a todos porque todos pecaron.” (Romanos 5:12)
Dios
es Santo, justo y recto, pero también es amor, misericordia y compasión. “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su
Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no envió a Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo”. (Juan 3:16) El amor de Dios es puro y eterno, Él nos ama a pesar de que lo hemos defraudado, y le seguimos
fallando. Sabe que por sí solos no podemos alcanzar la salvación, y por esa
razón envió a su Hijo. La única manera de ser libres de pecado era un
sacrificio sin mancha y el único libre de pecado era su hijo Jesús, quien dio
su vida en sacrificio por nosotros y de esa manera salvarnos para que podamos
alcanzar las bendiciones aquí en la tierra y un día disfrutar de su presencia
en el cielo. Y así como por medio Adán entró el pecado, por medio de Jesús
llegó la salvación para aquellos que lo han aceptado como su único y suficiente
salvador.
“Pero el delito de Adán no
puede compararse con el don que Dios nos ha dado. Pues por el delito de un solo
hombre, muchos murieron; pero el don que Dios nos ha dado gratuitamente por
medio de un solo hombre, Jesucristo, es mucho mayor y en bien de muchos”
(Romanos 5: 15)
Dios
en su soberanía nos dio libre albedrío. Nosotros decidimos obedecerle y amarle,
o dejarnos llevar por la corriente de este mundo y los engaños del diablo, que son
desastrosos. Si decidimos seguirle y hacer su voluntad, Él nos ha bendecido con
miles de promesas que están en su palabra y que desea concedérnosla mediante la
fe y confianza en su hijo Jesús, que pagó nuestra deuda. Dios desea que todos
seamos salvos, Dios no hace acepción de personas, ama al asesino, al ladrón y a
todo aquel que se encuentra sumido en cualquier pecado que aparenta ser
inofensivo. Lo único que nos pide es que
reconozcamos nuestro pecado, nos arrepintamos, lo confesemos, y Él nos dará la
fuerza para mantenernos firmes. Nos dice
que le pidamos, pidamos con confianza a nuestro Padre, Él nos quiere dar todo
lo bueno y de buen provecho para nosotros y nuestra familia.
“Yo lo pondré a salvo, fuera
del alcance de todos. Porque él me ama y me conoce. Cuando me llame le contestaré,
¡Yo mismo estaré con el! Lo librare de la y lo colmare de honores, le haré disfrutar de una larga vida. ¡Le haré gozar de mi salvación!” (Salmo 91:14.16)
¡Bendiciones!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”