“Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la
mujer que honra al Señor es digna de alabanza”
Proverbios 31: 30
Dios nos ama
tiernamente, tanto nos ama que “dio a su
único hijo para que todo aquel que crea en Él no muera, sino tenga vida eterna”
(Juan 3:16). Y la vida eterna la obtenemos desde el momento que abrimos
nuestro corazón a Jesús que vino a darnos vida y vida en abundancia. Él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede
llegar al Padre” (Juan 14: 6). Pero depende de nosotras que Jesús entre a
nuestras vidas. Él espera que vengamos a su encuentro rindiendo nuestro corazón, reconociendo que
hemos pecado y que sólo con Él y a través de Él podemos llegar al Padre, pues
Él murió en la cruz para derrotar a satanás que es nuestro enemigo, quien ha
querido destruir la maravillosa obra del Señor. Pero dice Jesús en Juan 10:10: “El ladrón viene solamente para robar,
matar y destruir, pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan
en abundancia”.
Mujeres,
somos una obra preciosa del Señor. Él nos creó con ternura, nos hizo delicadas,
sensibles, maternales, con dones especiales que nos hacen ser la ayuda idónea
del hombre, que fue creado con
características especiales para que su propósito se cumpliera en este bello
planeta que dispuso para nosotros. Lamentablemente Adán y Eva optaron por el
enemigo y a consecuencia de eso hemos visto a lo largo de la historia de la
humanidad tanta mentira, tristeza y maldad. Satanás ha querido destruir el
diseño original de Dios, y aunque aparentemente lo ha logrado, la realidad es
que él está vencido y en Jesús todas las cosas son hechas nuevas “Por
lo tanto, él que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas
pasaron, lo que ahora hay, es nuevo (2 corintios 5:17).
El Señor
quiere restaurar totalmente nuestras vidas. Despojémonos de toda maldad que nos
separa de nuestro Señor quién es Santo. Aunque Él nos ama, el pecado nos separa
de Él, pero en su amor nos mandó a su hijo amado para que nos redimiera con su
sangre. Ahora despojémonos del orgullo, la mentira, la envidia, el egoísmo, la
indiferencia, egocentrismo, el chisme, la ira, el resentimiento, rencor y el
odio. Todo esto, lo único que hace es destruir nuestra alma, nuestra salud, la
familia, el matrimonio, las amistades y las que somos madres tenemos un
responsabilidad maravillosa que es la de
formar vidas de las cuales le daremos cuenta al Señor.
Démosle la
bienvenida al Espíritu Santo que fue enviado para transformarnos, consolarnos y
darnos las fuerzas para la lucha que enfrentamos día a día. Jesús prometió que
enviaría al Espíritu Santo cuando le dijo a los apóstoles: “Pero el Espíritu Santo, el Defensor que el Padre va enviar en mi
nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho”.(Juan
14:26) Cuando entendemos que somos creación perfecta de Dios y cuánto nos ama,
es cuando deseamos tener una intimidad profunda con Él, y es a través de la
oración y conocerlo en su palabra que el Espíritu Santo viene a realizar una
obra transformadora en nuestras vidas. Nunca nos deja solas, aún en medio de
las pruebas, que son necesarias, Él nos consuela. Él utiliza las pruebas y
situaciones difíciles que enfrentamos para que salga a relucir el verdadero carácter
que nos dio. Él quiere que logremos la paz interna y amor genuino. Que
desarrollemos paciencia, pues dijo Jesús que
“por los frutos nos conocerán”. Pero para para dar frutos hermosos, debemos
permanecer unido a Él. “Yo soy la vid, y
ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho
fruto, pues sin mí no pueden hacer nada”(Juan 15:5).
En pocas
palabras, por nuestra propia cuenta no somos nada, pero con Él somos de gran
valor, tanto que nos compró con su sangre. Satanás ha engañado desde siempre a
la humanidad, y el ser humano se ha dejado llevar por la vanagloria de vida,
una vida pasajera, pues nuestra meta es la vida eterna con el Señor. El enemigo
nos ha susurrado en el oído que nuestro valer es por las posesiones materiales
o nuestro aspecto físico, y es por esa razón que se vive en una constante
competencia a tal grado de sacrificar la salud, el gozo y la paz.
Es tiempo de
que permitamos al Espíritu Santo que nos levante la dignidad de mujer, saber
quiénes somos como hijas de Dios. No valemos por el país, la ciudad o la casa
en que vivimos, tampoco por la ropa que llevemos puesta, ni por las amistades
que tengamos, sino por ser hijas de nuestro Dios. No es que el Señor no nos
quiera dar cosas buenas y bonitas, claro que sí. Pero si anteponemos esas cosas
antes que a Él, nunca seremos felices,
sólo aparentaremos. Pero nuestro corazón estará siempre inconforme, por eso
Jesús también dijo: “Por lo tanto pongan
toda su atención en el reino de Dios y en hacer lo que Dios exige, y recibirá
todas estas cosas” (Mateo 6:36).
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”