"No tengas
miedo, pues yo estoy contigo, no temas pues yo soy tu Dios. Yo te doy
fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa". (Isaías
41.10)
Todos en la vida hemos atravesado un desierto espiritual, en el que nos
sentimos solos, vacíos e impotentes; sentimos que los problemas han abrumado nuestra
alma y no vemos salida. Pero lo más triste es cuando sentimos la ausencia de
nuestro Dios.
Dios es Dios y siempre está ahí, somos nosotros los que nos alejamos de
Él cuando tomamos nuestras propias decisiones. Nos sentimos autosuficientes y
dejamos a Dios para cuando nos convenga. La realidad es que nosotros sin Dios
no somos nada, cuando pretendemos realizar cosas que nos satisfagan, las
podremos lograr pero a la larga veremos las consecuencias. Si hemos
actuado de manera impulsiva sin haber tomado en cuenta a nuestro Padre,
estaremos frustrados y con nuestra alma dolida pensando que Dios nos ha abandonado.
Dios conoce nuestra naturaleza, sabe que somos débiles y también
orgullosos. También conoce a nuestro enemigo Satanás, y su forma de trabajar
para desanimarnos y hacernos creer que estamos solos. Exagera las
situaciones y le creemos. Los problemas siempre van a estar, pero depende
de nosotros la manera que los abordemos. Hay dos opciones para enfrentarlos,
una es permitiendo que nos controlen y nos lleven a la desesperación y la otra aprovechando la oportunidad para
crecer y buscar la sabiduría de Dios y dar un paso más adelante en la fe.
Nuestra alma experimenta la ausencia de Dios, ese es el mayor sufrimiento
que puede tener un ser humano. Está vacía, no hay nada. Se trata de llenar con
muchos ruidos externos, con pláticas sin sentido, programas decadentes, música
que transmite desilusión, compras compulsivas, se recurre al cigarro, al licor,
drogas o amistades tóxicas, todo con el fin de no sentirnos solos. Pero
la verdad es que solo el Espíritu Santo a través de Jesús es el que puede llenar
esos vacíos y darnos las fuerzas para superar todos los errores que hayamos
cometido por nosotros mismos.
“Pero el Señor los
espera, para tener compasión de ustedes; él está ansioso por mostrarles
su amor, ¡porque el Señor es un Dios de justicia! ¡Dichosos todos los que
esperan Él! (Isaías 30:18)
Dios nos ama con tanta ternura que no quiere que nada nos aparte de Él.
Pero con la libertad que nos dio, somos nosotros los que decidimos si le
permitimos que Él nos dirija y nos muestre su compasión y su justicia. Muchas
veces es necesario pasar por desiertos. Esos momentos que no vemos nada, que
nuestra fe nos falla, la tristeza nos embarga, el dolor ante una ruptura o la
partida de un ser querido, la enfermedad, un revés económico, el rechazo sin
razón, la soledad, la depresión , la espera se hace larga y la paciencia se
agota.
Los que han tenido que atravesar un desierto sufren la inclemencia del
sol con sus altas temperaturas, falta de agua, hambre, tormentas de arena,
expuestos a animales peligrosos, pero sobre todo la soledad. Es un lugar muy
difícil y triste, pero los que logran salir de él, salen victoriosos y con una
gran fortaleza en su cuerpo y carácter al haber enfrentado y vencido todas las
dificultades.
Igual sucede cuando nos enfrentamos a los desiertos espirituales que
tenemos que atravesar en diferentes momentos de nuestras vidas. Es necesario
cruzar ese desierto para acercarnos a Dios. Cuando todo está bien en nuestras
vidas, nos conformamos y nos acomodados a la corriente de este mundo, pero ese
no es el propósito de Dios. Él no quiere
que nos conformemos con vidas mediocres, Él desea que dependamos de su amor
para llevarnos a las dimensiones que están guardadas en su corazón para cada
uno de nosotros.
Algunas veces sentimos el rechazo e indiferencia de las personas que
amamos, ataques de personas que llegan temporalmente a nuestras vidas. Nos
encontramos enfrentando una enfermedad y tememos el peor diagnóstico, nos
ilusionamos en realizar proyectos y se cae en el momento que comenzamos,
fracaso en un negocio. Nuestros hijos se
marchan de nuestro hogar y quedamos solos, nos levantan falsos, vivimos
nuestros propios complejos, traumas. Se enfrenta un divorcio, la muerte de un
ser querido, las deudas agobian, frustración por vivir en un país que no brinda
las oportunidades de desarrollo, o simplemente sentirse solo.
“Sabemos que Dios
dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, a los cuales Él ha llamado
de acuerdo a su propósito” (Romanos 8:28). No es que El Señor
nos mande estos sufrimientos, pero los permite porque sabe que después de que
salgamos de ese desierto seremos mucho más fuertes y nuestra fe será fortalecida si hemos aceptado el proceso con
paz y humildad, confiados en que Él es quien tiene el control.
“Hermanos míos, ustedes
deben tenerse por muy dichosos cuando se vean sometidos a pruebas de toda
clase. Pues ya saben que cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a
soportar con fortaleza el sufrimiento. Pero procuren que esa fortaleza los
lleve a la perfección, a la madurez plena, sin que les falte nada”. (Santiago
1:1.4)
“El Señor es bueno;
es un refugio en horas de angustia: protege a los que en ÉL confían” (Nahúm 17). El Señor es bueno y
cuida de nosotros. Él ve los corazones y sabe quiénes descansan plenamente en
su amor. ¡Ánimo!, levantemos nuestros corazones en fe y confianza en medio de
la prueba, Dios es fiel y cumplirá cada
una de las promesas que se nos han sido dadas. Son promesas de bendición, de
salud, restauración, gozo, paz, familia, la prosperidad que viene de Él y todo lo bueno y
agradable para el deleite de sus hijos.
“Pero en todo esto
salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. (Romanos 8:37)
¡¡Con Jesús todo lo podemos!!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”