“Al
que disimula el pecado, no le irá bien; pero el que lo confiesa y lo deja, será
perdonado” (Proverbio 28:13)
Doblegar nuestro orgullo
para perdonar o pedir perdón, es muy difícil. Nadie en este mundo puede decir
que perdonar cuando nos han hecho daño es motivo de alegría. Mucho menos pedir
perdón si hemos sido nosotros los causantes de dolor. Pero sin obediencia es
imposible agradar a Dios, y Jesús nos manda al perdón.
“Entonces Pedro fue y preguntó a Jesús. -Señor, ¿cuántas veces deberé
perdonar a mi hermano? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces siete,
sino hasta setenta veces siete. (Mateo
18:21.22). Aquí Jesús nos manda a que perdonemos siempre, pues cuando
perdonamos con un corazón sincero, somos libres de la ira, la amargura, incluso
de enfermedades. Muchas veces nos encontramos abatidos, tristes y enfermos, y
no entendemos la causa de nuestros males. Es cuando debemos examinar nuestro
corazón y reconocer honestamente cuando tenemos resentimiento, rencor y
posiblemente hasta odio hacia alguna persona o varias personas.
Creemos que al estar
en contra de alguien le estamos causando
daño, sin darnos cuenta que es a nosotros mismos que nos lo hacemos. Cuando
logramos el perdón, experimentamos una sensación de libertad que nos permite
ver las cosas de una manera diferente, pues el no perdón es una atadura que nos
impide avanzar y crecer como seres humanos. Siempre estaremos estancados y con
un espíritu de conmiseración, creyéndonos víctimas de los demás, haciendo
responsables a otros de nuestros fracasos y frustraciones.
“Porque
si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el
cielo los perdonará también a ustedes, pero si no perdonan a otros, tampoco su
Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (Mateo 6:14). Si pretendemos tener una
relación con nuestro Padre basada en un corazón rencoroso, nos estamos
engañando a nosotros mismos, pues para acercarse a Él, debemos tener un corazón
contrito y humillado, reconocernos pecadores y dar el paso para perdonar y ser
libres verdaderamente.
También debemos de tener la
valentía y la humildad de reconocer cuando nosotros hemos sido causa de heridas
en otros corazones. Pedir el perdón a
Dios. Acudir a la persona con una actitud de humildad, cordialidad y amabilidad
sincera. “Sean buenos y compasivos unos
con otros, y perdónense unos a otros, como Dios los perdonó con ustedes en
Cristo” (Efesios 4:32).
La medicina a un corazón
herido es el perdón. Quizás se pueda decir ¿Cómo puedo perdonar a mi padre o a
mi madre que me causaron tanto daño? ¿A
mis hermanos? ¿A mi esposo que me fue
infiel o me dio maltrato físico y sicológico?
¿A mi amiga o amigo en los cuales confié y me traicionaron? ¿A las
humillaciones que recibí en la niñez? Y muchas otras causas de resentimiento.
Pero precisamente de eso se trata, de sanar el corazón herido, cargado de
traumas y frustraciones, imposibilitado para amar y recibir el amor. “Él es quién perdona todas mis maldades,
quien sana todas mis enfermedades” (Salmo 103:3).
Dios nos ama y desea que
seamos libres. Tanto nos ama que mandó a su Hijo Jesucristo a dar su vida por
la nuestra, para darnos libertad en esta vida y salvación eterna. Si Jesús, sin
merecerlo murió para que fuéramos perdonados, cuanto más nosotros que somos
pecadores debemos perdonar y pedir perdón. Cuando no perdonamos, le damos
derecho legal a Satanás para que haga con nuestra vida lo que él quiera, pero
no es esa la voluntad del Padre. Jesús derrotó a Satanás en aquellos que han
aceptado su sacrificio de amor. “El amor
consiste en esto; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó
a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros
pecados quedarán perdonados” (1Juan 4:10).
Jesús nos liberó. “Jesucristo se ofreció en sacrificio para
que nuestros pecados sean perdonados, y no sólo los nuestros, sino los de todo
el mundo” (1 Juan 2:2). Todos estamos llamados al perdón, esto no se trata
de religiosidad, sino de la vida que Dios nos dio. Él nos ama y conoce
individualmente, así como ama al mundo entero y no quiere que nadie se pierda.
Lamentablemente muchos le dan la espalda, sin conocer las consecuencias.
Busquemos en lo más
profundo de nuestros corazones si existe algo en contra de alguien o si debemos
perdonar alguna ofensa. Seamos valientes y no nos
causemos más daño a nosotros mismos ni a los que nos rodean, pues tarde o
temprano daremos cuenta a nuestro Dios de nuestros actos. Recibamos la
bendición que Dios ha destinado para nosotros.
¡Bendiciones!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”