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jueves, septiembre 29, 2016

Libertad a través del perdón

Al que disimula el pecado, no le irá bien; pero el que lo confiesa y lo deja, será perdonado” (Proverbio 28:13)

Doblegar nuestro orgullo para perdonar o pedir perdón, es muy difícil. Nadie en este mundo puede decir que perdonar cuando nos han hecho daño es motivo de alegría. Mucho menos pedir perdón si hemos sido nosotros los causantes de dolor. Pero sin obediencia es imposible agradar a Dios, y Jesús nos manda al perdón.

Entonces Pedro fue y preguntó a Jesús. -Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces siete, sino  hasta setenta veces siete. (Mateo 18:21.22). Aquí Jesús nos manda a que perdonemos siempre, pues cuando perdonamos con un corazón sincero, somos libres de la ira, la amargura, incluso de enfermedades. Muchas veces nos encontramos abatidos, tristes y enfermos, y no entendemos la causa de nuestros males. Es cuando debemos examinar nuestro corazón y reconocer honestamente cuando tenemos resentimiento, rencor y posiblemente hasta odio hacia alguna persona o varias personas.

Creemos que al estar en  contra de alguien le estamos causando daño, sin darnos cuenta que es a nosotros mismos que nos lo hacemos. Cuando logramos el perdón, experimentamos una sensación de libertad que nos permite ver las cosas de una manera diferente, pues el no perdón es una atadura que nos impide avanzar y crecer como seres humanos. Siempre estaremos estancados y con un espíritu de conmiseración, creyéndonos víctimas de los demás, haciendo responsables a otros de nuestros fracasos y frustraciones.
“Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes, pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (Mateo 6:14). Si pretendemos tener una relación con nuestro Padre basada en un corazón rencoroso, nos estamos engañando a nosotros mismos, pues para acercarse a Él, debemos tener un corazón contrito y humillado, reconocernos pecadores y dar el paso para perdonar y ser libres verdaderamente.

También debemos de tener la valentía y la humildad de reconocer cuando nosotros hemos sido causa de heridas en otros corazones. Pedir el perdón  a Dios. Acudir a la persona con una actitud de humildad, cordialidad y amabilidad sincera. “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense unos a otros, como Dios los perdonó con ustedes en Cristo” (Efesios 4:32).

La medicina a un corazón herido es el perdón. Quizás se pueda decir ¿Cómo puedo perdonar a mi padre o a mi madre que me causaron tanto daño?  ¿A mis hermanos?  ¿A mi esposo que me fue infiel o me dio maltrato físico y sicológico?  ¿A mi amiga o amigo en los cuales confié y me traicionaron? ¿A las humillaciones que recibí en la niñez? Y muchas otras causas de resentimiento. Pero precisamente de eso se trata, de sanar el corazón herido, cargado de traumas y frustraciones, imposibilitado para amar y recibir el amor. “Él es quién perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades” (Salmo 103:3).

Dios nos ama y desea que seamos libres. Tanto nos ama que mandó a su Hijo Jesucristo a dar su vida por la nuestra, para darnos libertad en esta vida y salvación eterna. Si Jesús, sin merecerlo murió para que fuéramos perdonados, cuanto más nosotros que somos pecadores debemos perdonar y pedir perdón. Cuando no perdonamos, le damos derecho legal a Satanás para que haga con nuestra vida lo que él quiera, pero no es esa la voluntad del Padre. Jesús derrotó a Satanás en aquellos que han aceptado su sacrificio de amor. “El amor consiste en esto; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedarán perdonados” (1Juan 4:10).

Jesús nos liberó. “Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados, y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Todos estamos llamados al perdón, esto no se trata de religiosidad, sino de la vida que Dios nos dio. Él nos ama y conoce individualmente, así como ama al mundo entero y no quiere que nadie se pierda. Lamentablemente muchos le dan la espalda, sin conocer las consecuencias.

Busquemos en lo más profundo de nuestros corazones si existe algo en contra de alguien o si debemos perdonar alguna ofensa. Seamos valientes y no nos causemos más daño a nosotros mismos ni a los que nos rodean, pues tarde o temprano daremos cuenta a nuestro Dios de nuestros actos. Recibamos la bendición que Dios ha destinado para nosotros.

¡Bendiciones!


Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”