“Ahora voy donde tú estás; pero digo estas cosas mientras
estoy en el mundo, para que se llenen de la misma perfecta alegría que yo
tengo. Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los odia porque ellos no
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del
mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, ellos
tampoco son del mundo. Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu
palabra es la verdad. Como me enviaste a mí entre los que son del mundo. Y por
causa de ellos me consagro a mí mismo para que también ellos sean consagrados
por medio de la verdad. No te ruego
solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí al oír el
mensaje de ellos. Te pido que todos ellos estén completamente unidos, que sean
una sola cosa en unión con nosotros, oh Padre así como tú estás en mí y yo
estoy en ti. Que estén completamente unidos para que el mundo crea que tú me
enviaste” (Juan 17:13.21)
¡Qué
maravilloso amor de Jesús por nosotros! Cuando llegó la hora de ser entregado, oró por los discípulos encomendándoselos al Padre,
le pidió que los protegiera del mal. Pero también oró por nosotros, los que
oiríamos el mensaje a través de sus apóstoles. Sabía que los que creyeran
en Él serían rechazados por seguirle y por
no participar de este mundo que cada día se aleja y le da la espalda a Dios.
Jesús
le pide al Padre que los que le aman sean unidos a Él. Es el Espíritu Santo el
que nos revela este amor y el que nos hace amarnos, perdonarnos y apoyarnos,
pues todos los que creemos en Jesús y le buscamos en espíritu y verdad tenemos
el mismo Espíritu.
“Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que
sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa, yo en ellos y tú en
mí, para que lleguen a ser perfectamente
uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas
tanto como me amas a mí. (Juan 17:22.23)
Jesús
al dar su vida por nosotros en la cruz, venció el pecado y a la muerte, y nos
libró de la muerte eterna. Resucitó y subió al cielo, pero no nos dejó solos,
nos dejó el Ayudador, El Espíritu Santo, para ser guiados a Él. Y esa es la
perfecta voluntad del Padre, que estemos unidos a Jesús para que seamos uno
solo en su amor y de esta manera amar a los que están en el mundo y que aún no
le conocen.
Solamente
a través de una relación íntima con Jesús podremos caminar en libertad, fe y
amor. Es muy difícil entender muchas situaciones que enfrentamos, sino hemos dado
la oportunidad de que sea Él quien nos muestre su voluntad o la dirección correcta
a nuestras vidas. Estaremos cometiendo los mismos errores y sufriendo las
consecuencias si nos desviamos del propósito que Dios ha establecido para cada
uno de nosotros.
Hemos
sido llamados a amarnos y perdonarnos. A no juzgar, ni menospreciar a nadie.
Mucho menos a cuestionar la fe de otros. Creemos que tenemos la verdad absoluta
y nuestro corazón se llena de orgullo espiritual, pues creemos que nuestra
religión, nuestra manera de pensar o que las estructuras establecidas son las
que nos acercan a Dios. Sí, Dios ha
establecido un orden, pero de nada sirve que cumplamos con nuestra religión, si
no estamos teniendo una relación íntima con Él. No se trata solamente de lo
externo, podemos cumplir con todos los rituales que nos han enseñado, pero si
no tenemos el deseo profundo de conocer realmente a Jesús, amarle y obedecerle,
estamos lejos de su gracia.
“Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu
palabra es la verdad” (Juan 17:17)
La
revelación de Jesús y el amor del Padre son a través de su palabra. Si
pretendemos creer que conocemos a Dios simplemente por lo que creemos, u otros
nos han dicho, estamos equivocados. Solamente
en su palabra encontramos la verdad, Jesús nos lo dice. Debemos conocer y profundizar en su palabra
para que nuestros cimientos sean sólidos y no como el hombre que construyó su
casa sobre arena y el viento se la
destruyó. Cuando estamos cimentados en la verdad, nada, ni nadie podrá
arrebatarnos la fe y el amor.
“Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles
a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará” (Juan 15:7)
En
este versículos Jesús nos revela la intimidad que desea que tengamos con Él. Nos
pide que permanezcamos unidos a Él; y nosotros lo tomamos a la ligera.
Pretendemos que nos escuche cuando le pedimos algo, pero no le dedicamos el
tiempo para conocer sus enseñanzas y cumplirlas. O las conocemos, pero
solamente somos oidores y no hacedores. Jesús desea bendecirnos y darnos todas
las cosas que son para nuestro bien. Él espera paciente
que nosotros nos rindamos verdaderamente y lo busquemos con sinceridad.
Jesús
dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida, solamente por mí se puede llegar al Padre”. (Juan 14:6) Jesús dio su vida para la salvación de
nuestras almas, el pecado nos separa del Padre. Aunque nos ama tanto, su
santidad no permite que lleguemos por nosotros mismos a su presencia por causa
de nuestro pecado. Jesús es quien nos santifica y nos une al Padre. Él es el
camino, en Él está toda la verdad y tenemos vida en abundancia si bebemos del
agua viva.
“Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed;
pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el
agua que yo le daré brotara en él como un manantial de agua viva” (Juan 4:13)
Pidámosle
al Señor que nos de hambre y sed de su palabra, de permanecer en Él y la
voluntad para obedecerle. Busquemos una profunda intimidad, para que su amor se
manifieste y así los que no lo conocen
deseen conocerlo y amarlo. Dios quiere bendecirnos a todos, pero es necesario conocer
su voluntad para cada uno de nosotros.
¡El
Señor les bendiga!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”