Todos
tenemos el poder de vencer a Satanás y a las tentaciones que nos ofrece, vencer
nuestra mente cuando es invadida por pensamientos pesimistas y de derrota que
nos impiden ver con claridad los propósitos que hay en medio de la lucha que estamos enfrentando y hacia donde
nos dirige. Vencer las circunstancias
adversas que nos hacen creer que no hay salida y que todo está perdido.
Debemos
estar claros que estamos día a día en constante guerra. Por todas partes llegan
los dardos a nuestra mente o personas que nos rodean son utilizadas para
señalarnos y hacernos sentir culpables cuando nuestras debilidades afloran, y
es cuando el enemigo aprovecha para activar el sentimiento de culpa y hacernos
creer que no somos capaces ni merecedores de las promesas de victoria.
“El que cree que Jesús es el Hijo de Dios, vence al
mundo” (1 Juan 5:5). Cuando le hemos abierto el
corazón a Jesús, además de creer que es el Hijo de Dios y nos hemos rendido a ÉL y lo reconocemos como nuestro único y suficiente salvador,
tenemos el primer principio de la victoria, pues Jesús derrotó a Satanás en la
cruz, nos perdonó, nos sanó y nos liberó de toda maldición. ¡Somos libres! Por
lo tanto debemos desechar toda mentira del diablo que nos diga que estamos en
derrota, que nunca vamos a salir de esa situación, que estamos enfermos y que
vamos a morir sin cumplir nuestro propósito. Tenemos dos opciones y dependen de
nosotros, nos dejamos vencer y morimos en derrota o nos levantamos con el poder
de Cristo Jesús y decimos juntamente con
Pablo: “Pero en todo esto salimos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37)
“Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa;
pues sin santidad nadie podrá ver al Señor”. Tener una vida victoriosa no solo consiste en ser
exitoso, tener fama o dinero. ¡Claro que el Señor bendice! Y ÉL quiere dar lo mejor
a sus hijos, pero de nada sirve ganar el
mundo, que la gente nos admire y hagamos grandes obras si no vivimos en
santidad. La santidad no consiste en una falsa apariencia de bondad o humildad,
sino en un corazón rendido a Dios que busca hacer su voluntad. Jesús nos ha
limpiado con su sangre, es Él quien nos santifica y no nosotros mismos, y es el
Espíritu Santo el que induce hacer lo bueno y agradable a los ojos de nuestro
Dios. Cuando hay paz y amor en nuestros
corazones y tenemos la capacidad del perdón, hemos logrado la victoria, pues le
hemos quitado todos los derechos legales a diablo para manipularnos. “Al contrario, vivan de una manera
completamente santa, porque Dios que los llamó, es Santo” (1 Pedro 15).
“Señor, ¿Cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si
me hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús
le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
(Mateo 18: 21.22). El perdón nos libera. Cuando
anidamos resentimiento, rencor o el odio, tenemos encarcelada nuestra alma.
Creemos que al guardar ese sentimiento le estamos haciendo daño al otro, pero es
a nosotros mismos que nos lo estamos causando. Hemos puesto una gran cadena en
nuestro corazón que no nos permite percibir la vida de acuerdo al plan perfecto
de Dios para nuestras vidas. La falta de perdón produce enfermedad física y
emocional y aunque tengamos logros en otras áreas, nunca podremos ser felices.
Por esa razón Jesús nos manda a perdonar siempre, Él dio su vida por nosotros para
que fuéramos perdonados, y esa fue la derrota del diablo. No permitamos que
nuestro propósito se estanque al estar sumergidos en la amargura y falta de
perdón. ¡Seamos valientes y demos paso al perdón para obtener la victoria que
nos pertenece!
“No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con
humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo”
(Filipenses 2:3). Cuando tenemos claro que cada quién vino a
este mundo a cumplir un propósito y aceptamos el nuestro con pasión y dedicación,
conscientes que es para el Señor, podemos aceptar con humildad lo que Dios nos
ha dado sin sentirnos superiores a los demás. El orgullo nos impide avanzar, es
un arma poderosa del diablo para tenernos engañados, haciéndonos creer que
somos superiores cuando la realidad es que no somos nada por nosotros mismos El
orgullo desvía completamente el plan divino y al final lo que tenemos es
derrota. “Pero Dios nos ayuda más con su
bondad, pues la escritura dice: Dios se opone a los orgullosos pero trata con
bondad a los humildes” (Santiago 4:6).
“Pero no es posible agradar a Dios sin tener fe, porque
para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensan a los
que lo buscan” (Hebreos 11:6). No basta solamente creer
en Dios. La mayoría de la gente cree en Dios. Para muchos, Dios nos puso en
este mundo y que cada quién haga con su vida lo quiera. No es así. Es cierto
que nos dio libre albedrío, pero lo que Él espera es que lo amemos como hijos.
Tanto nos ama que envió a Jesús para justificarnos y a través de Él tener una
relación directa con aquellos que lo buscan con sinceridad. Muchas veces vemos
a Dios tan lejano que nos cuesta tener una relación profunda con Él, pero es
nuestro Padre y así como nosotros esperamos que nuestros hijos nos amen y nos
tengan confianza, lo mismo espera Él de todos nosotros. Tenemos
fe cuando nos alimentamos con su palabra y llegamos a conocer su voluntad y sus
promesas. La fe nos hace esperar pacientemente lo que le pedimos porque sabemos
que si está dentro de su voluntad Él nos la concederá. “Ahora no podemos verlo, sino que vivimos sostenidos por la fe” (2
Corintios 5:7).
“Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den
gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como
creyentes en Cristo Jesús” (1Tesalonicenseses 5.16:18). La alegría es un fruto del Espíritu Santo, se
nos manda que estemos alegres y con un corazón agradecido. Tenemos mucho que
agradecer, no sólo miremos lo malo que nos pasa, veamos lo bueno. Y aún en
medio de las dificultades veamos una oportunidad para crecer y que nuestro
carácter sea moldeado. La oración es un arma muy poderosa si va unida de la fe
y de todos los anteriores principios. Oremos para que sea el Espíritu Santo el
que nos de la santidad, la capacidad de amar, perdonar y desarrollar la humildad
y la fe. Es un proceso, nada llega de la noche a la mañana, pero si nos
mantenemos firmes obtendremos la victoria.
“Tenemos
confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos algo conforme a su
voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
“Y ahora hermanos, háganse fuertes en unión con el Señor,
por medio de su fuerza poderosa” (Efesios 6:10).
¡Bendiciones!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”
Algo grande viene a ti