“Y al orar no repitas palabras inútiles, como hacen los
paganos, que se imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios. No sean
ustedes como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes de
lo que se lo pidan.” (Mateo 6:7.8)
Jesús
le enseñó a la gente que le seguía como se debía orar. Primero les dice que no
sean como los hipócritas que oraban en las sinagogas para que los vieran, sino
que los manda a encerrarse en sus cuartos y allí orar en secreto, y el Padre
los recompensará.
El
Padre está atento a las súplicas de sus hijos, pero desea que vengamos a ÉL con
un corazón humilde y sencillo, deseando hacer su voluntad, pues ÉL conoce
nuestras intenciones y sabe cuando nuestro corazón es sincero. Nos dice que no
repitamos palabras inútiles, y que cuando acudamos a ante su presencia nos
dirijamos con palabras concretas y genuinas.
Pero lo más importante es que estemos libres de resentimiento, rencor y
odio. De nada nos sirve la oración constante si no hemos sido capaces de
perdonar a los que nos han ofendido o han hecho daño.
“Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han
hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes, pero sino
perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados.” (Mateo
6: 14:15)
Para
que nuestra oración llegue ante la presencia del Señor como un olor agradable,
nuestro corazón debe estar limpio, pues Dios es santo y su santidad rechaza el
pecado, pues nada impuro puede llegar a ÉL.
En el Padre nuestro nos enseña que primero
santifiquemos su nombre “Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu nombre”. ÉL es santo y nos debemos dirigir con
reverencia y respeto. Él es Dios y no hay otro, es majestuoso y sublime. Debemos orar para que venga su reino, su reino
es un reino de paz, amor y gozo. También debemos pedirle que se haga su
voluntad y no la nuestra, pertenecemos a ÉL y él sabe lo que nos conviene.
Muchas veces venimos imponiendo nuestros deseos y voluntad. Cuando no nos responde,
nos sentimos frustrados y creemos que
nos ha abandonado. Nos ama tanto y sabe
que lo que nosotros estamos pidiendo nos conviene o no, o si aún no estamos preparados para recibir lo que le
hemos pedido. Pero si nos conviene y lo creemos, Él nos lo concederá.
La
fe desata el poder de Dios sobre nuestras vidas. “Pero no es posible agradar a Dios sin tener fe, porque para acercarse
a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensan a quienes le buscan.”
(Hebreos 11.6)
Debemos
orar con un corazón limpio y para eso debemos arrepentirnos y perdonar. La fe
es la llave que abre las puertas del cielo. Pero para lograr llegar al Padre,
que es santo, tenemos que llegar a
través del Hijo, pues fue ÉL, que nos limpió y justificó con su sangre
derramada en la cruz para lavar nuestros pecados. Por lo tanto ÉL es el único
intermediario entre Dios y el hombre. “Porque no hay más que un Dios; y no hay más
que un hombre que pueda llevar a todos
los hombres a la unión con Dios: Jesucristo.” (1 Timoteo 2:5)
“Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen
fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará.” (Juan 15:7) Si nosotros permanecemos unidos a Jesús y
obedecemos lo que nos enseñó a través de su palabra, entonces estaremos
cumpliendo la voluntad del Padre y las peticiones de nuestro corazón serán de
su agrado y nos dará todo lo que es de bendición para nuestras vidas.
Lo
primero que debemos pedir es que el Espíritu Santo venga y tome el control de
nuestro ser, que sea nuestro guía y consolador. “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se
lo pidan.” (Lucas 11:13)
“Tenemos confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos
algo conforme a su voluntad, Él nos oye. Y así como sabemos que Dios oye
nuestras oraciones, también sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido.” (1
Juan 5:14)
Dios
nos quiere dar todo lo bueno, quiere que estemos gozosos y que lo glorifiquemos.
Desea tener una relación de amor con sus hijos y cuidar de cada detalle de
nuestras vidas, pero depende de nosotros
que se lo permitamos. Se lo permitimos cuando no interferimos con nuestra
terquedad y hacemos las cosas por nuestros propios medios sin tomarlo en
cuenta.
Jesús
se llevó nuestros pecados, enfermedades y maldiciones. Debemos darnos cuenta de
los derechos que tenemos como hijos de Dios y quienes somos en El. Nos ama con
amor eterno y envió a su propio hijo Jesús para que fuera crucificado por nuestra causa,
pues EL sabía que por nosotros mismos no podíamos librarnos del pecado y de las
mentiras del diablo.
El
diablo nos miente y nos quiere mantener en derrota, es un mentiroso. Nos quiere tener atados
a la pobreza, al fracaso, las deudas, las
enfermedades, baja estima, toda clase de vicios y ataduras que nos impide vivir
la vida que como hijos de Dios debemos vivir. Pero Jesús lo derrotó y nos ha
dado la victoria. Pidamos ser libres y tener una relación íntima con Jesús,
pidamos salud, prosperidad, pero la prosperidad que nos permita bendecir a
otros, no la que produce ambiciones desmedidas. Pidamos por nuestra familia,
esposos, y que nuestros hijos sean benditos. Todo esto está dentro de su
voluntad y ÉL desea concedérnosla.
Debemos
tomar en cuenta que el tiempo de Dios no es nuestro tiempo, una petición puede
ser contestada inmediatamente o pasar un largo tiempo. Pero en ese tiempo está
tratando con nuestra alma. Dice en su palabra que todas las cosas ayudan a bien
para los que lo aman. Confiemos plenamente en ÉL, pues
todo lo que hace es perfecto, nuestro Dios es perfecto.
“Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré,
para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que
en mi nombre me pidan.” (Juan 14. 13:14)
¡Bendiciones!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”