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jueves, octubre 13, 2016

El amor que permanece

Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo.” (Corintios 13:4.7)
Solamente hay una clase de amor verdadero, y es el que proviene de Dios. Muchas veces creemos que amamos hasta morir, y es verdad, somos capaces dar nuestra vida si fuera posible por un ser amado. ¿Pero realmente estamos amando con el amor que agrada a Dios?
“¿Maestro, cual es el mandamiento más importante de la ley? Jesús le dijo: ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente. Este es el más importante y el primero de todos los mandamientos. Y el segundo es parecido a éste; dice: Ama a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22: 37.40)
Nuestro Padre nos creó por amor y  para deleitarse Él con el nuestro. Pero como todos sabemos, el pecado nos contaminó y nos hizo darle la espalda, y poner en su lugar dioses falsos creados por Satanás, para apartarnos y desobedecer a nuestro Creador. Aun así, en su eterno amor y misericordia, nos dio una oportunidad para ser salvos y no fuéramos destituidos de su gloria. “Pues Dios amó  tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo” (Juan 3:16) 
Cuando llegamos a entender lo que significa amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y toda nuestra mente, es cuando nos damos cuenta que nuestra vida depende absolutamente de Él y anhelamos hacer su voluntad. Pero es necesario que dobleguemos nuestro orgullo y le cedamos a Él, el primer lugar en nuestras vidas. Nuestro Padre quiere lo mejor para cada uno de nosotros, y que el propósito por el cual estamos en esta tierra se lleve  a cabo, dándonos satisfacción y gozo, disfrutando cada acontecimiento, aun  los más difíciles, pues nuestra confianza está en su amor, y el amor echa fuera el temor.
Dios nos ama a todos por igual, El no hace acepción de personas, pero no todos lo amamos como Él desea que lo amemos. Para que haya amor entre humanos debe existir una relación, conocerse mutuamente, compartir diferentes situaciones y aceptarse el uno al otro. Igual pasa con Nuestro padre. Él desea tener una relación de padre e hijos, y para tener esa relación,  envió a su Hijo, pues Jesús es el que nos une con el Padre, ya que por nosotros mismos no podemos, a consecuencia de nuestro pecado. 
Jesús le dijo a los apóstoles: “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al padre que les mande otro Defensor, El Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él está  con ustedes y permanecerá siempre con ustedes”.  Jesús,   al consumar su amor por nosotros y regresar al Padre, no nos dejó solos, pues por nosotros mismos no podríamos mantenernos firmes en la fe y el amor, sino que nos mandó al Espíritu Santo, que es quien nos sostiene, nos consuela, nos guía y fortalece.
A través del Espíritu Santo es que se desarrollan los frutos que caracterizan a un hijo de Dios.  Dijo Jesús que por los frutos nos iban a conocer, y los frutos que se deben manifestar en nuestra vida son frutos de paz, gozo, humildad, paciencia, dominio propio, fe, templanza, mansedumbre. Pero el más hermoso de todos es el AMOR, pues si tenemos amor, tenemos garantizados los demás, pues como dice Pablo en la carta a los corintios, el amor no es jactancioso, orgulloso, egoísta, envidioso, grosero ni rencoroso. El amor es bondadoso.
Es muy fácil amar a quienes nos aman, a aquellos que nos caen bien y tenemos afinidad.  Es un regalo precioso que Dios nos da al experimentar el amor sublime de padres e hijos, de esposos, de hermanos y de amigos. Pero también nos manda a amar a aquellos que nos han calumniado, que nos desean el mal, que nos han hecho daño y tienen los peores sentimientos hacia nosotros. Jesús nos manda perdonar a nuestros enemigos, y perdonar es amar. Nos dice que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Nadie se desea el mal a sí mismo, y tampoco se lo debemos desear a los demás. Desgraciadamente, esto es lo que está ocurriendo en el mundo, la maldad cada día aumenta porque no hay amor, porque se ha rechazado a Dios.
“En aquel tiempo muchos perderán su fe, y se odiarán y se traicionaran unos a otros. Aparecerán muchos falsos profetas, y engañarán a mucha gente. Habrá tanta maldad, que la mayoría dejará de tener amor hacia los demás. Pero el que siga firme hasta el fin, será salvo. (Mateo 24:10.13)  
Este es el panorama que le espera a la humanidad. El amor se enfriara y la maldad cada vez será mayor. Somos nosotros, los que amamos a Dios, los que tenemos que amar a pesar de, y no por qué. Si nos maldicen, nosotros debemos bendecir. De esta manera seremos instrumentos del señor para que mucha gente desee conocerlo, no por nuestras palabras sino por nuestros hechos. Donde quiera que nos encontremos, siempre hagamos el bien.
Jesús dijo: “No crean que yo he venido a traer paz al mundo, no he venido a traer paz, sino lucha, he venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada quien serán sus propios parientes”. (Mateo 10.34.36).  Aquí se refería que no todos lo amarían a Él, y por lo tanto no se podría estar en la misma sintonía del amor. Debemos procurar que en nuestras familias exista el amor verdadero, el amor que permanece por siempre.
Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé la capacidad de amar con su amor. El nuestro es limitado y selectivo, el amor de Dios es incondicional y eterno. 
“Tres cosas hay que son permanentes; la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor”. (Corintios 13.13)

¡Bendiciones!

Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy