“Por tu amor, oh Dios, ten
compasión de mí, por tu gran ternura, borra mis culpas. Lávame de mi maldad! ¡Límpiame
de mi pecado! Reconozco que he sido rebelde, mi pecado no se borra de mi mente.
Contra ti he pecado y sólo contra ti, haciendo lo malo, lo que tu condenas. Por
eso tu sentencia es justa irreprochable tu juicio.” (Salmo 51:1.4)
EL
Rey David cometió adulterio cuando se dejó llevar por sus impulsos y se enamoró de Betsabé. Ella era la esposa de
Urías un siervo del rey. Después de haberla embarazado, trató de encubrir su pecado, y esto lo llevó a cometer
homicidio. Después de haber planificado un plan, decidió que
Urías muriera en el frente de una batalla y así quedarse con su esposa.
“Cuando la mujer de Urías
supo que su marido había muerto, guardó luto por él, pero después que pasó el
luto, David mandó que la trajeran y la
recibió en su palacio, la hizo su mujer y ella le dio un hijo, pero al Señor no
le agradó lo que David había hecho.” (2 Samuel 11; 26:27)
El
rey David era un hombre que amaba a Dios, era justo y lo agradaba en todo.
Antes de ser rey fue pastor de ovejas, tenía un corazón humilde y sencillo, que
fue lo que Dios vio al escogerlo como el rey y su ungido. Honraba a al Señor
con la música, la poesía, con su valentía ante los combates, y como dirigente
del reino. Pero era un hombre, un mortal
igual que todos nosotros, y el diablo se aprovechó de su debilidad para hacerlo
caer en los pecados que cometió.
Su
pecado tuvo consecuencias muy serias, de las cuales su familia fue muy
afectada. Pero él se dio cuenta y se arrepintió ante el Padre con un corazón
sincero. Y la palabra del Señor dice que ÉL no desprecia un corazón contrito y
humillado. Y es cuando David, arrepentido, volcó su corazón ante el Señor escribiendo el salmo 51. Un salmo maravilloso donde nos muestra lo
que es un corazón verdaderamente rendido a Dios.
Dios
no hace acepción de personas, y así como amaba al rey David, de la misma manera
nos ama a nosotros. Tanto nos ama que mandó a su hijo JESUCRISTO, para que
fuéramos salvos, ya que no es por nuestros propios méritos que llegamos ante su
presencia, sino por el sacrificio que Jesús hizo por nosotros al ser crucificado a causa de nuestros
pecados.
La pregunta es: ¿cuánto amamos verdaderamente a
nuestro Dios? Lo sabremos cuando tengamos la valentía de examinar nuestros
corazones y darnos cuenta cual es
verdaderamente la intención de su búsqueda. Reconocer si lo estamos buscando con sinceridad, con el
fin de honrarlo y obedecerlo o si lo estamos buscando por conveniencia y
tratando de ocultar nuestro pecado.
Muchas veces creemos que estamos bien con ÉL porque asistimos
religiosamente a la iglesia, cumplimos con obras de caridad y a la vista no le
hacemos mal a nadie. Pero la realidad es que es Dios el que examina nuestros
corazones y es el Espíritu Santo el que nos abre la conciencia para revelar
nuestros pecados.
Es importante conocer su palabra para darnos
cuenta que es lo que el Señor aborrece.
Preguntémonos si estamos fallando en el amor, si estamos siendo indiferentes
ante situaciones que nosotros podríamos hacer la diferencia, pecados de
omisión, callar cuando estamos ante injusticias, si en nosotros existe la
hipocresía, la mentira, el chisme, resentimiento, rencor y rechazo. Vicios que
nos alejan de su gracia, ostentaciones, vanidades o estamos siendo motivo de
escándalo.
Dios escucha la oración de sus hijos, pero la oración
sincera que sale de nuestro corazón, y cuando nos rendimos ante su presencia
para doblegar las miserias de nuestra alma. Y decirle como David, que tenga
compasión de nosotros y que borre nuestros pecados. Es la única manera que
seamos libres, pues el pecado nos ata.
Dice
la palabra del Señor que el resiste a los
orgullosos. Seamos honestos y reconozcamos nuestras debilidades sin
estar juzgando o señalando el pecado de los demás. Cada uno responderemos por
nuestras acciones cuando estemos ante su presencia. La salvación es personal,
por esa razón es importante rendirnos a ÉL con un corazón arrepentido.
En
medio de nuestras debilidades ÉL siempre está ahí, esperándonos pacientemente,
con gran ternura, porque aborrece el pecado, pero nos ama con amor infinito. El
mundo necesita ver a los verdaderos hijos de Dios. Hay mucha tristeza y dolor
en este mundo frio y falto de amor, pues
muchos todavía no han conocido a nuestro
salvador JESUCRISTO. Y nos corresponde a nosotros hacer que deseen conocerlo y
amarlo, rindiendo sus vidas para su transformación.
“Cualquiera que reconoce que
Jesús es el Hijo de Dios, vive en Dios y Dios en él" (1 Juan
4:15.16)
¡Que la bendición del Señor sobreabunde en sus preciosas vidas!
Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”